Sabela de Tezanos es escritora y Licenciada en Filosofía, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Udelar, 2003.Diploma en Gestión cultural, Universidad Católica de Córdoba, Argentina, 2011. Ayudante Grado I, Instituto de Fundamentos y Métodos en Psicología, Programa Hipermodernidad de la Facultad de Psicología, UdelaR. Responsable del dictado ce cursos en Semestre Impar 2013: Fundamentos Epistemológicos de la Psicología (3 grupos), Resiliencia, literatura y psicología. Seminario optativo, Articulación de saberes III. Responsable de edición/diseño de los cursos en EVA, 2013. Cursado de Maestría en Facultad de Humanidades y Cs. de la Educación, 2013. Orientación: Estudios
Latinoamericanos /Antropología.
Otros cargos: Comunicación y gestión institucional en MAPI – Museo de Arte Precolombino e Indígena de Montevideo
Otros cursos: responsable de talleres y ciclos de escritura y literatura.
Publicaciones: en prensa escrita sobre cultura (literarura, música): Revistas Dossier Cultural, Noteolvides (Museo de
la Memoria), Semanario Brecha, El País Cultural. Editora y correctora de estilo de libros y artículos académicos, libros
y catálogos de arte, guiones de exposiciones (MAPI; CDF Centro de Fotografía, IM; Museo Nac. de Artes Visuales,
MNAV, MEC; etc.)
Autora de textos literarios, libros y antologías (1989 - 2013).
VI
La desesperación vuelta temor
amarga cuerda floja
celda sola otra vez.
Pero de pronto
el juego de la cruz
interceptado:
un amor repentino,
un alfabeto nuevo.
XXIII
Mirar así a los ojos
todo el tiempo vivido
recuperado en ellos
los hilos, los caminos,
las calles, las ciudades,
los nombres y las lenguas.
El sentido.
De una piel a la otra
transcurrió el universo
y se reinventa entero
como antiguo detalle olvidado.
Qué me trajo hasta aquí
desde tan lejos
luego de atravesar soles y siglos
entre el humo, las tumbas
y las incertidumbres
con las palabras siluetas como parias,
sobrellevando tantos desconciertos
y muros desde las niñas que no fui
se cansan de contar las estrellas en el río
crecido como mar
y se entregan
con el rostro cubierto de líquenes
que la luna protege
como si hubiera culpa, hubiera qué,
y entonces ya es la calma detrás de otro fragor.
Yo estoy allí volcada hasta las plantas,
ya me arrastra el rumor de la corriente
y la inminencia de la inundación
la estatua de dos ángeles trenzados
debajo del farol y justo anoche
a unos pasos de aquí
al cuidado del río desquiciado
los náufragos de toda soledad
se pusieron a salvo en nuestros brazos
a causa de la insólita marea.
Con infinita calma
se detuvieron en esa salvación
vuelta un espejo ciego
que brindaba otra vez una razón copiosa
para rozar el brillo de las piedras oscuras.
Los íntimos extraños.
Los que reconocen desde la eternidad.
Y la ciudad despierta allá adelante.
El auto avanza, las copas de los árboles hundidos
demoran la corriente
sus ramas extendidas hasta la humanidad
los techos anegados como mantos
rodeando nuestros pies.
Superficie que arrastra sigilosa
el clamor de la vida bajo el agua
y la quietud del mundo sumergido.
Murmuran las antiguas ciudades sepultadas.
Las ciudades de mí, donde no estuve.
La creciente me alcanza
me deslizo en su seda
las formas del amor
se empeñan contra mí
estrepitosas
sabias y predecibles
inconciliables con peligro alguno.
Y de nuevo:
¿cómo diré quién soy y desde dónde escribo,
si resbalan el verbo y el ritmo de la lengua?
Todo puede volver a ser nombrado
la piedra en su secreto
el pasto y su rumor,
el antiguo, el porfiado laberinto,
los ecos de la voz en el temor
la madeja, la aguja,
la cumbre, la nostalgia,
el año y el milenio:
el tiempo entero, como un recién nacido.